Gambito Filosófico: pensar lo que vas a hacer antes de que la máquina te responda lo que le dé la gana.

Hoy continúo el hilo de los dos episodios anteriores. Pero de una manera especial; vamos a mezclar inteligencia artificial, filosofía y ajedrez. Dicho a lo bruto: piensa tú –y no la máquina– o la IA te hará el mate pastor.

Spoiler: la máquina no tiene ética, pero tiene mejor memoria que tú después de tres cafés.

Imaginemos la vida como un tablero virtual de 64 casillas donde jugamos cada día. Ahí estamos todas, todos: tú, yo, equipos, algoritmos, reguladores e incluso los espectadores que creen que entienden lo que pasa (y van más perdidos que un GPS en modo avión). Pasan cosas, cambiamos fichas, sacrificamos piezas para salvar otras.

En medio de ese caos con reglas aparece una realidad incómoda: La tecnología no nos dejaba ver que la filosofía vuelve a ser tan necesaria como proteger al rey cuando te avanza un peón que no habías visto porque estabas mirando el móvil. Y la IA ha entrado en la partida sin pedir permiso, como esas reinas que aparecen desde la otra punta del tablero y te hacen sudar por si has dejado la retaguardia abierta.

De repente, sistemas que aprueban exámenes, redactan informes y te hacen parecer un genio de lo que sea. También generan argumentos que suenan convincentes y, si te descuidas, te cuelan una alucinación épica digna de un truco barato de mago o de un cuñado en sobremesa. La pregunta es: ¿quién piensa aquí, el que calcula más rápido o quien entiende lo que realmente está en juego?

Antes la historia la contaban Platón, Aristóteles, Kant y toda esa tropa de gente más o menos incomprendida. Ahora el guion lo escribe tu interacción diaria con modelos de lenguaje que responden con una soltura sorprendente… y ocasionalmente con una seguridad espectacular en cosas que no son verdad. Esto ya no va solo de datos, va de responsabilidad: en esta partida, la filosofía es tu entrenador privado.

Peones: los mortales en primera línea

En el mundo laboral somos todos un poco peones: avanzamos de uno en uno y trabajamos con la dignidad que podemos. Y de repente un modelo generativo automatiza tareas que llevábamos años haciendo. La evidencia (MIT, OCDE, McKinsey) apunta no a una destrucción masiva de empleo, sino a un rediseño feroz, sobre todo de tareas administrativas y rutinarias.

Aquí empiezan los dilemas filosóficos: ¿Qué parte del trabajo es irrenunciable? ¿La memoria? ¿La creatividad? ¿El juicio? Si tu valor es memorizar, la IA te hace jaque rápido; si tu valor es pensar, negociar, acompañar y decidir, sigues dentro de la partida.

Alfiles: sesgos en diagonal, como la IA

Los algoritmos tienen sesgos como los alfiles: avanzan en diagonal y, si no vigilas, te comen la casilla clave mientras miras hacia otro lado. Trabajan con datos históricos y eso se traduce en discriminaciones reales, sea en empleo, crédito, justicia o acceso a servicios.

Los modelos los diseñan humanos cuyos sesgos no siempre son visibles, y una mala supervisión genera opacidad y resultados indeseados. Si encima añadimos mala gobernanza, terminamos con poder asimétrico y vigilancia intrusiva. La IA no te robará todo el trabajo, solo se quedará lo que pueda hacer de forma mucho más eficiente… como tu jefe, pero sin cobrar nómina.

Por eso organismos como la UE con el AI Act, la OCDE y la UNESCO insisten en la idea de IA confiable: transparencia, derechos y control. No es poesía institucional, es filosofía aplicada para evitar que la partida esté trucada desde el principio.

Torres: la educación, rígida pero poderosa

Mientras los peones curran y los alfiles sesgan, la torre educativa sigue preparando a la gente para una partida de parchís. La realidad es que un modelo de IA resuelve en segundos lo que antes llevaba horas. Si la educación no gira hacia problemas abiertos, pensamiento crítico, alfabetización algorítmica y análisis, es como dejar la torre arrinconada toda la partida.

La filosofía vuelve aquí a susurrar: ¿Formamos humanos críticos o usuarios obedientes de sistemas que nadie entiende por dentro? La respuesta a esta pregunta determina quién juega y quién solo mira.

El rey: estado del bienestar

En este tablero, el rey es el estado del bienestar. Si lo pierdes, se acaba la partida. La IA puede aumentar productividad, mejorar servicios públicos, personalizar políticas y hacer más eficientes las administraciones. Pero si perdemos esa conquista social, la realidad es que habremos perdido.

Organismos internacionales ya hablan de usar IA para personalizar ayudas, detectar fraude y mejorar empleo. Pero también aumenta la presión sobre la ciudadanía: actualiza tus competencias o te quedas fuera. Entonces la filosofía pregunta: ¿es justo condicionar derechos básicos a tener “skills” siempre actualizadas?

No es una respuesta trivial. Es la diferencia entre un jaque temporal y un jaque mate social.

La reina: la filosofía

La reina se mueve en todas direcciones, como la filosofía cuando se toma en serio. No está para decorar diapositivas de PowerPoint con palabras como “ética”, “transparencia” y “responsabilidad”. Está para recordarte que la IA no es el destino, debería ser la herramienta para diseñar el futuro que decidamos.

Las preguntas importantes no son solo técnicas: No es qué puede automatizarse, sino qué queremos automatizar. No es si la IA piensa, sino quién asume las consecuencias de sus jugadas. No es si sustituirá trabajo humano, sino qué tipo de trabajo humano queremos proteger.

Cuando la reina filosófica está activa, evitas mates pastor impropios de profesionales. Antes de tocar una pieza, piensa: porque si no filosofas tú, filosofará la máquina… y no siempre te va a gustar cómo razona.

Para seguir jugando esta partida:

  • Aristóteles, Ética a Nicómaco (sigue vigente, aunque no hable de algoritmos).
  • Kant, Crítica de la razón práctica.
  • Informes recientes de MIT, OCDE y McKinsey sobre IA y empleo.linkedin
  • Documentación del AI Act de la Unión Europea y marcos de IA responsable de OCDE y UNESCO.

Y ahora la pregunta para ti: ¿Qué pieza crees que estás jugando hoy en la partida entre IA, filosofía y trabajo: peón, alfil, torre, rey… o reina?






 

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